El significado de la cruz
En este décimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Mateo, Capítulo 10, versículos del 37 al 42: “El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.
El que quiera a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 38 Y el que no esté dispuesto a tomar su cruz para seguirme, tampoco es digno de mí. 39 El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que, por causa de mí, la pierda, ese la salvará. 40 El que los reciba a ustedes, es como si me recibiera a mí, y el que me reciba a mí, es como si recibiera al que me envió. 41 El que reciba a un profeta por tratarse de un profeta, tendrá la recompensa que corresponde a un profeta, y el que reciba a un justo por tratarse de una persona justa, tendrá la recompensa que corresponde a una persona justa. 42 Igualmente el que dé un vaso de agua fresca al más insignificante de mis discípulos precisamente por tratarse de un discípulo mío, les aseguro a ustedes que no quedará sin recompensa”.
Aquí, el caracú del tema es la cruz como señal para el cristiano. Jesús concluye su discurso misionero al señalar que quien no cargue con su cruz, no será digno de él... no se trata de la cruz pagana, símbolo de oprobio, suplicio o fracaso. Se trata de la cruz tocada y transformada por Cristo en instrumento de victoria, gloria y suprema sabiduría de Dios.
Jesús anduvo entre nosotros y se enfrentó con la crueldad humana, se enfrentó con el dolor. Pero hablamos de un dolor cristianamente aceptado, con un sentido de entrega y altamente redentor.
Entonces, “tomar la cruz” quiere decir seguir el camino de Jesús como él nos enseñó: enfrentando los sufrimientos, esfuerzos y renuncias entregados al Padre. “Tomar la cruz” significa amar, ser generoso, estar al servicio de los demás, luchar por la justicia. No hablamos de que sea fácil, hablamos de un compromiso que a veces comporta rupturas e incluso hasta persecución.
Sus palabras pueden resultar sorprendentes y desafiantes, pero nos invitan a reflexionar sobre nuestras prioridades en la vida. Jesús nos llama a amarlo por encima de todas las cosas, incluso por encima de nuestros seres queridos más cercanos. Esto no significa que debamos abandonar o descuidar a nuestras familias, sino que debemos tener a Jesús como el centro y la prioridad de nuestras vidas, y desde esa perspectiva, las respuestas correctas se presentarán solas.
Y es que, si nos apegamos a la lógica terrena, fácilmente perderemos el rumbo. En cambio, si en todo momento contamos con el Señor, difícilmente erremos en nuestras acciones. Así, al entregarnos incondicionalmente, no como una obligación sino con un profundo convencimiento, nos habremos elevado. Y esa es la recompensa.
Siempre como concepto cristiano, podemos caracterizar a la cruz en 5 dimensiones. En primer lugar, el escándalo: San Pablo va a decir ‘nosotros predicamos al Jesús crucificado’ mientras que los judíos no podían admitir que el mesías obrara la definitiva salvación a través del fracaso y escándalo de su crucifixión. La salvación no vendría de la mano del cadáver de un hombre torturado y humillado públicamente. Era inaceptable. Incluso los mismos discípulos huyeron.
En segundo lugar, la locura: los paganos no comprenden que Dios nos ame tanto como para llegar al extremo de darnos a su hijo unigénito en ofrenda para lavar nuestros pecados y así comenzar una nueva era basada en la lógica del amor como toda respuesta.
En tercer lugar, el misterio: es el mismo Jesús quien predice la necesidad de su pasión para obedecer la voluntad del Padre y, en definitiva, ser ejemplo de confianza. Con su resurrección y la venida del Espíritu Santo, recién ahí los discípulos comprendieron todo lo sucedido, y comenzaron a dar testimonio de los visto y oído.
En cuarto lugar, la dimensión teológica de la cruz: Es en la cruz que está plasmada la sabiduría de Dios, y en su aparente debilidad está la verdadera fuerza. Jesús fue colgado en una cruz como un maldito, para librarnos de la maldición de la ley. Es que por la sangre en la cruz es que ha concedido la posibilidad de la salvación a todos los seres humanos. Por el cuerpo de Cristo inmolado en la cruz, pudo Dios condenar el pecado de la carne.
Finalmente, podemos hablar de la gloria de la cruz. La cruz de Cristo no es el punto final de su existencia, ni de su obra redentora. Entones, por la humillación de la cruz, obtuvo el señorío universal sobre la creación.
Por lo tanto, hoy, aquel se sufre la violencia, el hambre, la desocupación, la violación de sus derechos está plenamente identificado en Cristo. Un pueblo maltratado y crucificado que espera su resurrección. Es un sufrimiento compartido, del cual se sale desde el amor y la solidaridad.
Porque es con la indiferencia ante estas injusticias que seguimos crucificando, transitando discursos elegantes pero vacíos de contenido.
Esto no es cristiano. Amemos a un Jesús que encontraremos todo el tiempo en aquel que necesita. Así, el Señor nos invita a tomar en su nombre cada cruz que nos toque, con la certeza de que a su lado será más liviana y, necesariamente, edificante.