Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

La gran intercesora

En este segundo domingo del Tiempo de Adviento, corresponde la lectura del Evangelio de San Lucas, Capítulo 1, versículos del 26 al 38: “Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret, un pueblo de Galilea, 27 a visitar a una joven virgen llamada María, que estaba prometida en matrimonio a José, un varón descendiente del rey David. 28 El ángel entró en el lugar donde estaba María y le dijo: — Alégrate, favorecida de Dios. El Señor está contigo. 29 María se quedó perpleja al oír estas palabras, preguntándose qué significaba aquel saludo. 30 Pero el ángel le dijo: — No tengas miedo, María, pues Dios te ha concedido su gracia. 31 Vas a quedar embarazada, y darás a luz un hijo, al cual pondrás por nombre Jesús. 32 Un hijo que será grande, será Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le entregará el trono de su antepasado David, 33 reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. 34 María replicó al ángel: — Yo no tengo relaciones conyugales con nadie; ¿cómo, pues, podrá sucederme esto? 35 El ángel le contestó: — El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Dios Altísimo te envolverá. Por eso, el niño que ha de nacer será santo, será Hijo de Dios. 36 Mira, si no, a Elisabet, tu parienta: también ella va a tener un hijo en su ancianidad; la que consideraban estéril, está ya de seis meses, 37 porque para Dios no hay nada imposible. 38 María dijo: — Yo soy la esclava del Señor. Que él haga conmigo como dices. Entonces el ángel la dejó y se fue”.
 
Este domingo celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen, el inmenso don que Dios depositó en María. En atención a los méritos de Jesús, ella fue redimida de su concepción. Es por eso que la reconocemos y celebramos como totalmente inmune de toda mancha de pecado, y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo.  
 
Podemos rescatar dos aspectos principales de la lectura de este domingo: para Dios nada es imposible; y la declaración de María, en plena conciencia, como sierva del Señor. Pero además, no olvidemos a Elisabet, quien además de anciana es estéril. Entonces, tenemos el encuentro de dos madres bendecidas: señal de fecundidad y de vida que confluirá en el encuentro del Precursor y del Salvador, bajo el dinamismo del Espíritu Santo. 
 
María es madre y modelo de la Iglesia porque constituyó el Gran Signo. Es el rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y del Cristo. Así, ella nos invita a entrar en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Gloriosa en el Cielo, María actúa en la Tierra para que tengamos vida abundante, siendo madre educadora de la Fe. “No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María” dijo el Papa Pablo VI y agregó: “Porque crea el ambiente de familia, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida”.
 
Ella es modelo en relación a Cristo. Es plena comunión con su hijo, porque es cooperadora y protagonista activa de la historia. María hace que la Iglesia se sienta familia. Es modelo de fe, de don, de apertura, de respuesta, de fidelidad. Es la perfecta discípula y misionera. Y es desde su imagen que el Documento de Aparecida nos llama a ser discípulos y misioneros. María también es modelo eclesial para América Latina: “Haga lo que él les diga”. 
 
El documento de Puebla pone el acento en que por medio de María fue que Dios se hizo carne y entró a formar parte de su pueblo. Es decir, María es el punto de enlace del Cielo con la Tierra. 
 
Vemos en María el modelo de vida consagrada, una mujer fuerte que conoció la pobreza y el exilio; es la discípula más perfecta del Señor; es interlocutora del Padre, colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos y por eso es modelo de Iglesia orante y misionera. 
 
María fortalece los vínculos fraternos entre todos; alienta a la reconciliación y el perdón. En María nos encontramos con Cristo, con el Padre, con el Espíritu Santo y con nuestros hermanos. Es una madre fecunda: nos llama y genera nuevas vocaciones. 
 
Toda llamada que eleva su mirada a María encuentra en ella el conocimiento del designio divino de la Salvación; la disposición de servir al Señor; la necesidad e importancia de hacer conocer al mundo quién es Jesús; la aceptación de la cruz; el amor a la Iglesia; la perseverancia en oración. 
 
No dudemos en pedir a María que interceda por nosotros, hoy y siempre. 

Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista