Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Hagan lo que él les diga

En este segundo domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Juan, Capítulo 2, versículos del 1 al 11: “Tres días después tuvo lugar una boda en Caná de Galilea. La madre de Jesús estaba invitada a la boda, 2 y lo estaban también Jesús y sus discípulos. 3 Se terminó el vino, y la madre de Jesús se lo hizo saber a su hijo: — No les queda vino. 4 Jesús le respondió: — ¡Mujer! ¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Mi hora no ha llegado todavía. 5 Pero ella dijo a los que estaban sirviendo: — Hagan lo que él les diga. 6 Había allí seis tinajas de piedra, de las que utilizaban los judíos para sus ritos purificatorios, con una capacidad de entre setenta y cien litros cada una. 7 Jesús dijo a los que servían: — Llenen las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. 8 Una vez llenas, Jesús les dijo: — Saquen ahora un poco y llévenselo al organizador del banquete. Así lo hicieron, 9 y en cuanto el organizador del banquete probó el nuevo vino, sin saber su procedencia (sólo lo sabían los sirvientes que lo habían sacado), llamó al novio y le dijo: 10 — Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados han bebido en abundancia, se saca el corriente. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino para última hora. 11 Jesús hizo este primer milagro en Caná de Galilea. Manifestó así su gloria y sus discípulos creyeron en él”.
 
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En este segundo domingo del Tiempo Ordinario la lectura se remite al contexto navideño en cuanto a la Epifanía del Señor, a la adoración de los magos, la bajada del Espíritu durante su bautismo en el Jordán... Es decir, esta escena de Caná también constituye, por así decirlo, una manifestación o revelación, de quién es Jesús. 
 
También podemos observar que se habla de “vino nuevo y bueno”, todo un signo mesiánico y eucarístico a la vez. En el Evangelio de Juan, la figura de María, no como madre sino como mujer, enlaza con el encuentro al pie de la cruz, cuando se manifiesta la hora de Jesús. 
En este orden de pensamientos, hay que decir que tanto la transformación del agua en vino, como la posterior multiplicación de los panes son signos inequívocos (y colectivos) en favor de la vida: no sólo hablamos de saciar el hambre, sino también de defender la alegría de vivir. 
 
 Pero fundamentalmente, hoy nos enfocamos en la transformación del agua en vino, es decir vida nueva, alianza nueva para los novios, sus invitados, los discípulos presentes en la boda. Incluso, pensemos que Jesús se vale de aquellos menos favorecidos en la reunión – los sirvientes- para concretar el milagro. 
María es quien intercede ante Jesús y luego les dice a los “sirvientes” que le hagan caso a Jesús aunque, inicialmente, no comprendan para qué. Más aún: hablamos de llenar con agua -un bien escaso que no salía simplemente de las canillas- 6 sendas tinajas de entre 70 y 100 litros cada una. 
 
Así somos llamados a un crecimiento constante en la Fe. Como aquellos sirvientes, seamos portadores de la vida nueva, de la alegría, de la comunión con Dios y con el prójimo. 
 
La escena de una boda también tiene, en sí misma, un carácter simbólico. Para la gente del Israel no urbano o campesino, una boda era la fiesta más esperada entre las fiestas posibles... En el lugar había 6 grandes tinajas talladas en piedra “para ritos purificatorios” (otra singularidad entre tantas de esta lectura, dado el carácter de los recipientes mencionados). 
 
Esto nos habla de aquellos campesinos que trataban de vivir “puros” ante Dios. Jesús transforma el agua en vino y en esos particulares recipientes rituales. Cómo él lo hizo, tenemos que velar por la sana alegría y el amor. ¿Qué puede haber más importante? 
 
Muchos confunden solemnidad religiosa (que no está mal, obvio) con transitar una Fe triste y aburrida… ¿Para qué sirven todos nuestros desvelos e intenciones si no somos capaces de gestar y sostener AMOR (con mayúsculas) en nuestra religión?
 
“Jesús hizo este primer milagro en Caná de Galilea. Manifestó así su gloria y sus discípulos creyeron en él”, durante una fiesta para celebrar una boda. Una fiesta en la que, en definitiva, se celebra el amor incondicional y para toda la vida… 
 
Seguir a Jesús, “hacer lo qué él nos dice” como pide María, es una aventura que nos conduce hacia nuestra iluminación que se traduce en plenitud, paz y, en consecuencia, gozo que indefectiblemente irradiará a quienes nos rodean. Y viceversa. Porque allí donde dos o tres se reúnan en su nombre, allí estará con nosotros. 

Por Rufino Giménez Fines 
Sacerdote Rogacionista