En este 4to. domingo de Pascuas corresponde la lectura del Evangelio de San Juan, Capítulo 10, versículos del 27 al 30: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. 28 Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todos y nadie las puede arrebatar de las manos del Padre. 30 Yo y el Padre uno somos”.
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Jesús es el modelo del auténtico Pastor. No busca su propio beneficio, sino que da la vida por quienes aceptan su propuesta de vida y salvación. El caracú de su mensaje es claro: permanecer a su lado nos permitirá trascender este plano.
Para algunos, lo que dice Jesús puede sonar a locura. Pero lo que hace es signo de liberación. Él habla de un solo rebaño: la Iglesia que camina a lo largo de la historia. Y lo que nos une es la fe en Cristo, que nos invita a vivir una aventura de confianza y amor compartido.
En la imagen del Buen Pastor (recordemos el crucifijo del Papa Francisco) lo vemos adelante del rebaño, con una oveja sobre sus hombros. Como buen pastor, Jesús sale a buscar a las ovejas perdidas y trae de vuelta a las que se han alejado. Cura sus heridas, atiende a las enfermas, cuida con equidad, todas son bienvenidas. En cambio, los falsos pastores no fortalecen a las débiles, no sanan, no buscan a las perdidas… se aprovechan o se sirven del rebaño.
Nadie se salva solo. En Jesús hay conocimiento, comunión y el deseo profundo de reunirnos a todos, siempre desde el amor. El gran desafío para nosotros —sacerdotes, obispos, agentes pastorales— es dejar de actuar como “jefes” y ser verdaderos pastores del pueblo de Dios.
Muchas veces queremos ser caciques y terminamos cargando demasiado peso sobre los hombros de los demás. Nos quedamos cómodos con los que están cerca y nos olvidamos de salir a buscar a los que se alejaron. A veces simplemente los perdemos, o no los cuidamos lo suficiente. No tejemos esa red de contención que tanto necesitamos.
Sin dejar de cumplir nuestro rol dentro de la Iglesia, tenemos que ser personas felices de llevar el mensaje de Jesús. Mirar a los ojos a quienes quizás marginamos por resultar incómodos. Hacer el esfuerzo de conocer más y juzgar menos. Dejar de castigar con el látigo de la indiferencia.
El Buen Pastor nos empuja a mirar con cariño a los que tal vez encerramos en un rincón del rebaño. Nos impulsa a sanar las heridas que causamos al estar lejos de algunos y demasiado cerca de otros.
Nuestra misión es cuidar personas concretas, con nombre y apellido, que atraviesan momentos de soledad, desencanto o indiferencia. Se trata de comprender y liberar, no de hurgar en la vida privada de los demás. Si Dios perdona, ¿por qué nosotros no? Tenemos que entregar nuestra vida en gestos y palabras, en decisiones amorosas y en cercanía.
El Buen Pastor nos invita a construir, todos los días, una Iglesia donde se sienta la presencia viva de Jesús a través del testimonio, la palabra, el interés, la cercanía, la comprensión, la empatía, el amor y la caridad.
Seamos una Iglesia con pastores que no solo hablan en su nombre, sino que actúan en su nombre. Si la oveja escucha —y no solo oye— es porque el Pastor conoce a su rebaño. Como dice el Papa Francisco: seamos pastores con olor a ovejas.
Hoy celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Recemos para que nuestro testimonio y forma de vivir sea ejemplo. Para que contagie a otros. Para que el rebaño permanezca unido y siga creciendo con y desde el amor.
Envía, Señor, apóstoles fieles a tu iglesia.