En este 5to. domingo de Pascuas, corresponde la lectura del Evangelio de San Juan, Capítulo 13, versículos del 31 al 35: “Apenas salió Judas, dijo Jesús: — Ahora va a manifestarse la gloria del Hijo del hombre, y Dios va a ser glorificado en él. 32 Y si Dios va a ser glorificado en él, Dios, a su vez, glorificará al Hijo del hombre. Y va a hacerlo muy pronto. 33 Hijos míos, ya no estaré con ustedes por mucho tiempo. Me buscarán, pero les digo lo mismo que ya dije a los judíos: a donde yo voy ustedes no pueden venir. 34 Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros; como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros. 35 El amor mutuo entre ustedes será el distintivo por el que todo el mundo los reconocerá como discípulos míos”.
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La liturgia nos regresa a la última cena de Jesús con los suyos, cuando les dice “Ámense unos a otros; como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros. El amor mutuo entre ustedes será el distintivo por el que todo el mundo los reconocerá como discípulos míos”.
Aquí se habla de mandamiento nuevo, pero en realidad es la plenitud de la Ley que Dios proclamó y dio a Moisés en el Sinaí.
Los cristianos tratamos de vivir este mandamiento y hacerlo realidad en nuestra vida diaria. Si todos nos manejásemos así, el cielo en la tierra sería una realidad presente y no algo por venir luego de abandonar este plano.
Luego de su sacrificio en la cruz, ahora nos corresponde a nosotros honrar ese mandato amoroso, confiar y verificar en la práctica su veracidad… Es el mandamiento nuevo, para un mundo nuevo, donde prevalece la lógica del amor fraterno.
Manos a la obra, entonces. Decidámonos con entusiasmo y fuego en el corazón, en la certeza de que Jesús camina con nosotros y en nosotros ama a todos a quienes nos rodean. Hagamos visibles su presencia y su amor a través de nuestras vidas.
Hablamos de dejar de ser esclavos de la lógica terrena, ser libres y fecundos, donde daremos y dando, ya estaremos recibiendo. Hablamos no de simples cruces, sino verdaderos encuentros; de acercarnos y no de imponernos. De saber escuchar, y compartir.
Demos, sin mirar a quien ni esperar nada a cambio. Es decir, sin especular, en la íntima certeza que seremos recompensados mil veces. Esa recompensa es la iluminación y paz interior. El amor es cristiano cuando tiene su origen en Cristo y ofrece al otro.
Les aseguro que, como todo en este mundo, se trata de algo que va de menor a mayor y nos da alegría que, además, es contagiosa: tarde o temprano, ese otro dará también. Toda esta dinámica nos llena de esperanza, y por tanto, nos empuja hacia adelante. Ese es el misterio de quienes son grandes servidores con, por, y en el Señor.
El amor siempre es nuevo si es genuino. Si no se mide por horas, si no busca otro interés o segundas intenciones, si bebe de la misma fuente que Cristo, si no anota favores con nombres y apellidos, si no hace una farsa de su entrega, si rompe moldes y vergüenzas, si no juzga por lo que ve y se brinda a pesar de todo, si es transparente y no especula o busca la apariencia.
El amor siempre es nuevo si es como el agua, que por donde pasa genera vida. Si es como la luna, que ofrece luz en la oscuridad, si es como el sol que calienta a todos por igual. Si es como las estrellas, que nos guían cuando estamos perdidos; si es como la tierra fértil que hace germinar la más pequeña y dura de las semillas…
Es ahí a dónde debemos llegar, y entenderemos que todo lo que hagamos en nombre del Señor y para su gloria, lejos de ser una carga, se transformará en un inagotable bálsamo.
Qué simple y profunda es esta enseñanza de Jesús. Tenemos que entender cualquiera de los 10 mandamientos es mucho más que un conjunto de normas: son una verdad absoluta expresada en el lenguaje del amor. Los mandamientos no exigen, revelan. Por lo tanto, no limitan sino que liberan. No son para ser cumplidos sino disfrutados.
Por eso decimos que el Evangelio no sólo se proclama, lo cual no está mal. Pero cuando el evangelio se vive y se ofrece, habremos entendido todo, pasaremos a disfrutar y agradecer el gesto más simple y cotidiano…
Un abrazo especial para todos los inundados de Campana y Zárate, y para todos aquellos que de una u otra forma se han solidarizado con sus hermanos en estas complicadas y dolorosas circunstancias. Dios los bendiga y les de fuerza. Oremos por ello.
Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista