En este 6to. domingo de Pascuas corresponde la lectura del Evangelio de San Juan, Capítulo 14, versículos del 23 al 29: “Respondió Jesús y le dijo: —Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escuchan no es mía sino del Padre que me envió. 25 Estas cosas les he hablado mientras todavía estoy con ustedes. 26 Pero 23 Respondió Jesús y le dijo: —Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escuchan no es mía sino del Padre que me envió. 25 Estas cosas les he hablado mientras todavía estoy con ustedes. 26 Pero el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que yo les he dicho. 27 La paz les dejo, mi paz les doy. No como el mundo la da yo se la doy a ustedes. No se turbe su corazón ni tenga miedo. 28 Oyeron que yo les dije: “Voy y vuelvo a ustedes”. Si me amaran se gozarían de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. 29 Ahora se lo he dicho antes que suceda para que, cuando suceda, crean”.
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En este pasaje, Jesús caracteriza al creyente revelando una relación de amor que genera una presencia afectiva. La condición es la fidelidad a sus enseñanzas, que es también fidelidad a su persona, en tanto reflejo del Padre. Fe y amor van de la mano, y se potencian en comunidad.
Esta novedad también está definida por la presencia del Espíritu Santo, que es enviado por Dios en lugar de Jesús. El Espíritu es un facilitador: conduce al creyente a una comprensión viva, íntima y experiencial —por sintonía espiritual— de la revelación de Jesús, del contenido y del sentido de su obra.
En esta escena, vemos que Jesús se despide de sus discípulos comunicándoles su paz: ese bienestar, reposo y seguridad dinámica de quien tiene la presencia de Dios, y con ella, todos los bienes prometidos.
“El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que yo les he dicho”, les dice Jesús.
En definitiva, nos promete que, si lo amamos y seguimos su palabra, Él y el Padre vivirán en nosotros. Aunque no lo veamos, su Espíritu nos acompaña y enseña. Su paz nos sostiene en medio del mundo terrenal. Por eso, no hay lugar para el temor: no estamos solos.
En este diálogo Jesús se adelanta a lo que será su partida y cierre de una etapa de la Salvación. Pero con su partida, se abre otra etapa: la del tiempo del Espíritu, enviado por el Padre en nombre de Jesús.
Hablar del Espíritu es hablar de la fuerza de Dios, de su poder salvador, del carisma del liderazgo, y del don de hacer prodigios que confirmen su mensaje o fortalezcan la fe.
Aparece la comunidad del Resucitado, que, movida por el Espíritu, se convierte en discípula y misionera. Hoy nos encontramos en una etapa sinodal de esta Iglesia peregrina. Esta es la novedad radical del Resucitado. Como muestra el Apocalipsis, nos propone una Iglesia misionera, abierta, dialogante y acogedora.
El Apocalipsis nos habla de una ciudad con doce puertas que miran a los cuatro puntos cardinales del mundo, con un único centro: Jesucristo, que es el templo y la lámpara que ilumina a todas las naciones y culturas.
La Pascua, después de Cristo y hasta su vuelta, encuentra a la comunidad reunida con sus ministros, y con el Espíritu actuando de manera invisible, guiándola hacia una madurez interior…
Abramos la mente y el corazón para que el Espíritu actúe en nosotros y a través nuestro. Experimentemos la presencia de Jesús, que nos ama y nos amó primero. Por eso, nos dice: “La paz les dejo, mi paz les doy”.
Entonces, sepamos que no estamos solos: el Espíritu nos guía, la paz de Jesús nos sostiene, y su amor nos impulsa a vivir desde el amor a nosotros mismos y a los demás.