Este domingo se celebramos Corpus Christi, y corresponde la lectura del Evangelio de San Lucas, Capítulo 9, versículos del 11b al 17: "Jesús recibió a una multitud, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. 12 Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto". 13 Él les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente". 14 Eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta". 15 Y ellos hicieron sentar a todos. 16 Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. 17 Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas".
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La institución de la Eucaristía es uno de los misterios fundamentales del cristianismo… prolongación en el tiempo de la encarnación y la redención de Cristo, que fue prefigurada a través de símbolos e imágenes bíblicos que le precedieron: el maná que alimentaba al pueblo de Dios en el desierto, el pan que comía el profeta Elías para seguir con ánimo el camino hasta el monte de Dios. El pan y el vino que ofrecía el sacerdote Melquisedec ofrecía al Altísimo y que era agradable a sus ojos. El sacrificio de Isaac como prueba de la fe de Abraham, los panes y peces que Jesús multiplicó para saciar el hambre de la muchedumbre que lo seguía. Hoy, el pan de la Eucaristía es nuestro viático, el alimento que fortalece nuestros pasos en este plano.
En el documento Presbyterorum Ordinis de Concilio Vaticano II se nos dice a los sacerdotes que no puede edificarse comunidad cristiana sin centrarla y realizarla en la celebración eucarística. La Eucaristía es condición de nuestra vida espiritual. Sin ella la vida espiritual está descentrada, e incompleta, vacía, porque vivimos de Él, por Él, y para Él. En este pasaje del Evangelio, Jesús habla a la multitud del Reino de Dios, lo hace palpable y visible a través de las curaciones. Todos comen hasta saciarse, y aun así, sobran 12 canastas… ¿Una por cada apóstol? Tal vez.
El don de Dios sobrepasa todo lo que podemos imaginar. En ese sentido, entendamos que el don de Dios siempre será un exceso para nosotros. Jesús hizo la acción, bendijo y dio gracias, pero también hace colaboradores a sus discípulos: les da la comida para ellos la distribuyan. Ven que el pan no sólo se multiplica sino que sobra… tal vez, el tema pasa porque nosotros damos de comer, pero no en función de colaborar con Jesús o en su nombre.
La Eucaristía es símbolo también de caridad para con los que más necesitan. Recordemos que Jesús nos dice: ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo’. El valor supremo del cristiano es la persona, la palabra, el gesto, la vida, la enseñanza, el cuerpo eucarístico de Cristo… la celebración Eucarística encierra un profundo estado de solidaridad y servicio a los demás, de misericordia y perdón.
Entonces, no debe haber distancia entre la Eucaristía y nuestras vidas cotidianas, tanto espiritual como material: la gente sufre la falta de trabajo y la mala distribución de la riqueza. La falta de pan sobre la mesa, provoca muchos males que socavan la dignidad de las personas y por extensión de la sociedad… Sin embargo, Jesús nos dice: ‘El que come mi carne tendrá la vida eterna’, y tiene que ver con que el crecimiento de nuestra vida espiritual nos ayudará a sobrellevar las peores circunstancias, haciéndonos menos vulnerables, porque no las estaremos enfrentándolas solos.
La celebración de la misa nos compromete a luchar contra los males del mundo desde la fe y la comunión con Cristo. El anuncio, la proclamación sacramental, es dinámica de comunión. Somos el pueblo que camina al encuentro del Señor que se identifica con los más necesitados, que busca vencer la naturalización de los pecados y la angustia existencial, pueblos enteros que padecen la falta del pan de cada día: el material y el espiritual. La consigna de Jesús sigue siendo la misma: "Denles de comer ustedes mismos…" Más claro, imposible.