Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Gimenez Fines

La cancha está marcada

En este vigésimo domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Lucas, Capítulo 12, versículos del 49 al 53: "He venido para traer fuego al mundo, y ¡cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo! 50 Tengo que pasar la prueba de un bautismo y me embarga la ansiedad hasta que se haya cumplido. 51 ¿Creen ustedes que he venido a traer paz al mundo? Les digo que no, sino que he venido a traer división. 52 Porque de ahora en adelante, en una familia de cinco personas se pondrán tres en contra de dos, y dos en contra de tres. 53 El padre se pondrá en contra del hijo, y el hijo en contra del padre; la madre en contra de la hija, y la hija en contra de la madre; la suegra en contra de la nuera, y la nuera en contra de la suegra".
 
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En este pasaje vemos el carácter conflictivo de la misión de Jesús, porque nos confronta con una nueva lógica y para ejemplificarla utiliza tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división familiar. El fuego expresa el rasgo incontenible de la Palabra, que nos incomoda pero purifica, nos obliga a una toma de decisión porque tomar conocimiento nos hace responsables: tenemos que hacernos cargo de lo que nos fue revelado y actuar en consecuencia. Imaginemos que se nos ha dado la receta para hacer un rico bizcochuelo… ¿A quién se le ocurriría reemplazar la harina por arena o la leche por témpera blanca? 
El Evangelio de Jesús viene a ser una denuncia del pecado al que hay que presentarle batalla y destruirlo a partir de la conversión al Reino de Dios… ‘Tengo que pasar la prueba de un bautismo’, dice, y nos habla de la difícil situación que debía pasar por su fidelidad. Lo vemos también en Marcos, cuando les dice a Santiago y Juan: ‘¿Pueden ustedes beber la misma copa de amargura que yo estoy bebiendo, o ser bautizados con el mismo bautismo con que yo estoy siendo bautizado?’ 
Su prédica viene a redefinir la Alianza, y esa circunstancia conlleva conflictos incluso a nivel familiar, porque todos se sienten interpelados frente a la lógica del amor. La fe que propone Jesús es combativa contra la injustica y la opresión, porque es el anuncio y la realización de un nuevo orden. Un combate que se expresa en la coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice, y lo que se hace. 
La imagen del fuego también es símbolo de la fuerza arrolladora del amor. Jesús está impregnado por el amor incondicional al Padre y a todos nosotros, como lo estuvo el profeta Jeremías, en su amor a Dios y a su pueblo. Es un fuego virtuoso que consume y reduce a cenizas a la corrupción, los odios, la avaricia, la venganza, las injusticias, la discriminación… fuego que ilumina y se abre paso entre las tinieblas, dándonos seguridad y paz. 
Muchas veces, nuestra fe es sólo una llama pequeña y pasiva ante las injusticias, una fe que no molesta a nadie, que no cuestiona nada… Cuando Jesús propone una fe que pone en crisis nuestras conductas para con los demás, y nos interpela en este tiempo sinodal. Jesús nos dice que tiene que recibir un bautismo y siente el ansia de que llegue la hora. Habla de su sacrificio por amor a nosotros. Muerte que nosotros le daremos porque no nos gusta tener un Dios tan cercano, que nos ame tanto, porque en definitiva cuestiona nuestro comportamiento poco trascendente y pueril. 
Cuando Jesús dice que no ha venido a traer paz sino división, y nos advierte que seremos cuestionados, porque la lógica del amor incomoda y pone en evidencia lo peor de nosotros. 
Acoger a Jesús en nuestra vida, nos cuestiona a nivel interno, y aceptar a todos los demás como hermanos, a dejar el pecado de lado cuando tomamos real conciencia de la capacidad de daño que tiene en nosotros mismos y en los demás. Acoger a Jesús nos hace responsables y como toda responsabilidad, puede ser asumida como una carga si no es bien asimilada. Cada uno de nosotros podemos reflexionar e identificar que contradicciones le genera el seguimiento de Cristo, y caeremos en la cuenta que desaparecerán en la medida en que nos entregamos de manera incondicional a Jesús y al prójimo, porque eso nos libera y nos da paz interior. 
Ya Jeremías intuía la división en el reino de Judá por estas mismas cuestiones. Dejemos que el amor de Jesús “queme” en nosotros todo lo que sea obstáculo entre el amor y nosotros. Dejemos que las aguas del bautismo nos sumerjan en el mar inmenso del amor de Dios. Dejemos que su palabra cause división… siempre desde una mirada misericordiosa, ¡siempre!, pero marcando la cancha entre el bien y el mal, sabiendo que la mejor respuesta posible vendrá, siempre, del lado del bien. 
El fuego del Reino nace del corazón de Dios, el Reino es de los ardientes e iluminados por el amor y de quienes se la juegan todo para amar y, en definitiva, ser amados: nunca debemos olvidar que la paz de Jesús es una construcción colectiva, apuntalándonos mutuamente, sin divisiones egoístas y mezquinas que nada tienen que ver con lo que Jesús vino a anunciar cuando habitó entre nosotros. 
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Que tengan una iluminada semana. Abrazo fraterno.